Thomas
Woodward
Afrontando el reto de Darwin
[Reseña del libro La Caja Negra de Darwin]
[Reseña del libro La Caja Negra de Darwin]
Tomado del
artículo «Meeting Darwin's Wager» [Afrontando el Reto de Darwin] escrito por
Thomas Woodward
(Copyright © 1997 by Christianity Today, Inc/Christianity Today. Vol. 41, No. 5, p.14-21).
Traducido por Lucrecia Ortiz Tejada.
Revisado por Santiago Escuain.
Publicado con permiso del autor.
(Copyright © 1997 by Christianity Today, Inc/Christianity Today. Vol. 41, No. 5, p.14-21).
Traducido por Lucrecia Ortiz Tejada.
Revisado por Santiago Escuain.
Publicado con permiso del autor.
Si pudiera
demostrarse que ha existido un órgano complejo que no pudo haber sido formado
por numerosas y ligeras modificaciones sucesivas, mi teoría fracasaría por
completo.
--Charles Darwin, en El Origen de las Especies (Editorial Zeus, España, 1970, p. 183.)
Para Darwin, la célula era una «caja negra» --su
funcionamiento interno le era completamente misterioso. Ahora, la caja negra
ha sido abierta y sabemos cómo funciona. Aplicando el criterio de Darwin al
mundo sumamente complejo de la maquinaria molecular y de los sistemas
celulares que han sido descubiertos durante los últimos 40 años, podemos
decir que la teoría de Darwin «se ha desmoronado por completo».
-- Michael Behe, bioquímico y autor de La Caja Negra de Darwin |
Durante el otoño de
1996, una serie de terremotos culturales sacudió el mundo secular con la
publicación de un nuevo y revolucionario libro, La caja negra de
Darwin: El reto de la bioquímica a la evolución, de Michael Behe. El
crítico en elNew York Times Book Review elogió las diestras
analogías y el estilo encantadoramente ocurrente de Behe, y tomó sobria nota
del radical reto que el libro presenta para el darwinismo. Periódicos y
revistas desde Vancouver hasta Londres, incluyendo Newsweek,
el Wall Street Journal y muchas de las más destacadas
publicaciones informaron de extraños temblores en el mundo de la biología
evolutiva. The Chronicle of Higher Education, un periódico semanal
leído primordialmente por catedráticos universitarios y directores, publicó
un artículo especial sobre el autor dos meses después de haber aparecido su
libro. El llamativo titular leía así: «Un bioquímico apremia a los
darwinistas a reconocer el papel de un "Diseñador Inteligente".»
|
Ahora los reporteros
hacen su peregrinaje a Bethlehem, Pennsylvania, para entrevistar al autor en el
centro de esos terremotos: el bioquímico de 44 años de edad de la universidad
de Lehigh, Michael J. Behe (pronunciado «bi-ji»).
Behe, que normalmente
luce una camisa de maderero, pantalones vaqueros y zapatillas deportivas
Adidas, trabaja largas horas con sus estudiantes en el laboratorio de
bioquímica, investigando el DNA y la estructura de las proteínas. Es bajo, con
una incipiente calvicie, y lleva unas gafas con una montura gruesa y oscura; se
parece tanto a un dependiente de ferretería como a un científico renegado.
Sentado ante una mesa
de laboratorio, rodeado de botellas llenas de líquidos claros y olorosos
preparados para reajustar secuencias de DNA, explica que los avances en su
propio campo --donde los científicos han estado desentrañando arrebatadamente
los misterios de exactamente cómo funcionan las células-- han llevado a un sorprendente
hallazgo: La maquinaria molecular y los complejos sistemas de la célula
dependen de demasiadas piezas interconectadas para haber podido ser edificados
de manera gradual, paso a paso, a lo largo del tiempo.
Con su libro ya en su
octava reimpresión, Behe encuentra su agenda llena de compromisos para
pronunciar conferencias. En un reciente viaje a la Universidad del Sur de
Florida en Tampa, habló a biólogos, alumnos y catedráticos que para escucharle
habían arrostrado las lluvias de un huracán cercano.
En su exposición, Behe
revisó rápidamente la moderna teoría de la evolución y proyectó en una pantalla
su cita favorita de Darwin de El origen de las especies (ver cita inicial),
reconociendo el tipo de evidencia que sería necesaria para refutar la teoría
darwinista de la evolución.
Behe aceptó el reto del
criterio de Darwin y preguntó: «¿Qué tipo de sistema biológico no podría haber
sido formado por numerosas ligeras modificaciones sucesivas? Bueno, para
empezar, un sistema que posea una cualidad a la que yo designo como complejidad
irreducible. »
Animando a los no
científicos en la audiencia a que se mantuvieran atentos, Behe explicó
brevemente lo que quería decir con esa frase: «Cuando digo que algo es
irreduciblemente complejo, me refiero simplemente a un sistema compuesto por
varias piezas interactivas, bien ajustadas, que contribuyen a la función
básica, en la que la eliminación de cualquiera de las piezas lleva a que el
sistema cese efectivamente de funcionar. »
Con su característica
sonrisa traviesa dibujándose a través de una poblada barba, proyectó en la
pantalla el diagrama de una humilde trampa para ratones, su clásica ilustración
de la «complejidad irreducible. » Después de hacer observar las cinco piezas
necesarias para que una trampa para ratones funcione, añadió: «Son precisas
todas las piezas para atrapar al ratón. No es posible atrapar algunos ratones
con la plataforma, luego añadir el resorte y atrapar otros cuantos, y luego
añadir el cepo y mejorar su función. Todas las piezas deben estar presentes si
es que va a funcionar del todo. La trampa para ratones es irreduciblemente
compleja. »
Behe se había
convertido de repente en guía turístico, acompañando a sus oyentes a un paseo
por el parque temático de la célula, haciendo ver los sistemas que exhibían ese
misterioso tipo de complejidad ilustrado con la trampa para ratones. Mediante
el uso de fotografías y diagramas, se paseó por la reacción química en cadena
que da origen a la visión y detalló la elegante pero compleja estructura del cilio
en forma de látigo con que están equipadas muchos clases de células. Las tiras
cómicas de Far Side y Calvin y Hobbessalpicaban la conferencia e incluso exhibió un
extravagante aparato de Rube Goldberg -- «el rascador para picaduras de
mosquito»-- como una analogía del complicado mecanismo mediante el cual se
forman los coágulos de sangre. [El lector español cuarentón recordará los
inefables inventos de «El Profesor Franz de Copenhague» en la revista juvenil
TBO --los aparatos de Rude Goldberg y del Profesor Franz eran de la misma
categoría. N. del R.]
«La célula ya no es una
misteriosa caja negra como lo era para Darwin,» prosiguió Behe: «Ahora sabemos
con precisión cómo trabaja a nivel molecular. Y la célula está repleta de
sistemas como ésos que son irreduciblemente complejos.»
Finalmente, mostró una
caricatura del New Yorker de un profesor siendo
confrontado en su oficina por su director de departamento y por un asesino
profesional que está acoplando un silenciador a su pistola. El texto dice:
«¡Cuando aceptó este cargo, profesor, usted ya sabía que la disyuntiva es
publicar o perecer!»
Sus oyentes gustaron
del humor, pero el ambiente en el salón se tornó serio cuando Behe llegó al
meollo del asunto:
Cuando se investiga la
literatura de las últimas décadas, buscando artículos publicados que siquiera
intenten explicar el posible origen darwinista, paso-a-paso, de cualquiera de
estos sistemas, se encuentra un atronador silencio. Absolutamente nadie
--ningún científico-- ha publicado una propuesta detallada o una explicación de
la posible evolución de alguno de esos complejos sistemas bioquímicos. Y cuando
una ciencia no publica, debe perecer.
Para abreviar, dijo
Behe, la moderna teoría evolutiva, cuando se aplica el criterio mismo de
Darwin, fracasa espectacularmente a nivel molecular. Más bien, miremos donde
miremos dentro de la célula, los científicos se encuentran cara a cara con una
evidencia que sugiere que los sistemas fueron directamente diseñados por un
agente inteligente.
Michael Behe es padre
de seis hijos, tres niños y tres niñas, con edades de dos a once años, y con un
séptimo en camino. No hay pared de separación entre su paternidad y sus
escritos sobre bioquímica. En muchos capítulos, él entrelaza imágenes hogareñas
tomadas de la sala de la familia Behe en el número 2258 de Apple Street. Por
ejemplo, la gozosa tarea de ensamblar el triciclo de su hijo en el día de
Navidad ilustra la importancia de las instrucciones detalladas en los sistemas
vivientes. Ensartar cuentas acoplables y montar Tinkertoys con sus hijos en la
sala familiar le provee de ilustraciones de cómo se construyen las moléculas
orgánicas. El cochecito de la muñeca de su hija pequeña es llamada al servicio
para ayudar a explicar cómo los anticuerpos se acoplan a los invasores del cuerpo.
Behe, el experto pedagogo, difícilmente puede presentar un argumento sin
mencionar algo familiar y concreto, como latas de atún, un elefante, pastel de
chocolate, e incluso animales despachurrados en la carretera.
La esposa de Behe,
Celeste, también tiene una oupación de educadora; se cuida de educar en el
hogar a cuatro de los niños Behe. Cuando Mike Behe regresa a casa del
laboratorio de biología, le gusta jugar a Frisbee con sus hijos y leer para
ellos. De hecho, el hogar de los Behe es como una biblioteca --hay libros para
niños desperdigados por toda la casa y los hay apilados en dieciséis estantes
en un cuarto especialmente dedicado a la lectura. Desde que los Behe decidieron
hace siete años no tener televisión en casa, los niños Behe han encontrado
tiempo para leer buenos libros, aprender kárate y piano, y cantar en el coro de
la iglesia.
Los esfuerzos de Mike Behe en el área de la
paternidad se ven equilibrados por su nueva tarea de paternidad en su propio
campo científico. Uno podría describir La caja negra de Darwin como
un «libro de parto»; es la propuesta de Behe para dar a luz una nueva
perspectiva en biología que deja de ignorar la presencia constante del
«diseño». Y él no está solo en esta tarea; Behe ha trabajado en estrecha
colaboración con un equipo interdisciplinario de colegas científicos
esparcidos en colleges y universidades desde Seattle hasta
Princeton, New Jersey.
El líder reconocido del «movimiento del designio» es
Phillip Johnson, un catedrático de leyes de la Universidad de California en
Berkeley, cuyo libroProceso a Darwin (revisado
en 1993) ha llevado a una vigorosa interacción con los más prestigiosos
evolucionistas del mundo, incluyendo a Stephen Jay Gould de la Universidad de
Harvard y Niles Eldredge del Museo Americano de Historia Natural.
Según Johnson, el libro de Behe ha inaugurado una
nueva fase de la crítica al darwinismo. Behe no sólo derriba el alegato en
pro del darwinismo a nivel molecular, sino que también está abriendo el
camino para dar forma a un nuevo marco de referencia respecto a los orígenes.
|
La meta del movimiento
del designio es liberar a la ciencia de los grilletes de la filosofía
naturalista para que los científicos que sondeen el origen de las maravillas de
la naturaleza tengan la libertad para considerar todas las posibles
explicaciones --incluyendo el diseño por un agente inteligente. En la
Universidad de Biola en los Angeles tuvo lugar una conferencia internacional (CT,
Enero 6, 1997, p. 64) que reunió a ciento ochenta profesores universitarios y
otros investigadores para considerar una propuesta revolucionaria de nuevos
principios científicos y matemáticos que pueden ayudar a determinar cómo se
originó algo en la naturaleza.
La idea básica es
preguntar: «¿Cuál de las tres posibles explicaciones se ajusta más para
explicar un fenómeno X? ¿Puede X ser explicado por acciones de la naturaleza
regidas por una ley, o podría X ser el resultado de acontecimientos aleatorios
o, fallando estas posibilidades, es X el resultado de la acción de un agente
inteligente?» Este examen desde tres perspectivas (designado como «el Filtro
Explicativo») se convirtió en el elemento central de la conferencia, en el que
Behe y sus colegas revisaban nuevas evidencias que apuntaban al designio.
Algunos observadores dicen que el movimiento del designio puede estar
emprendiendo la primera etapa de un proceso de transición en la ciencia, que
los filósofos designan como un «cambio de paradigma».
En su libro, Behe
argumenta que ha llegado el momento para que la ciencia biológica se enfrente a
las implicaciones lógicas de lo que ha ido descubriendo en bioquímica y que
emprenda una nueva e importante tarea: identificar qué dispositivos en la
célula exhiben claras señales de un diseño inteligente, y cuáles podrían
haberse desarrollado desde sistemas anteriores.
Parece que es el tiempo
oportuno para un giro revolucionario de este calibre, como lo sugiere el
entusiasmo provocado por el número de junio de 1996 de la revista Commentary. El artículo principal de ese número fue «The
Deniable Darwin» [El refutable Darwin], una sofisticada puntilla al darwinismo
presentada por el filósofo y lógico David Berlinski, educado en Princeton. Bajo
el titular apareció la siguiente frase provocativa: «El registro fósil es
incompleto, el razonamiento es defectuoso; ¿es la teoría de la evolución apta
para la supervivencia?»
Commentary publicó en su número de
septiembre una asombrosa sección de treinta y tres páginas dedicadas a la ola
de respuestas provocadas por el artículo de Berlinski. Habían llegado cartas
airadas de los más destacados darwinistas, pero otros académicos elogiaron al
autor por su riguroso análisis y a los editores por su valentía intelectual al
publicar el trabajo. El autor se tomó trece páginas para responder, punto por
punto, a cada carta.
Berlinski, autor del
reciente libro premiado, A Tour of the Calculus [Un paseo por el
cálculo], dice que el escepticismo respecto a la ortodoxia darwinista ha
estallado dispersándose ahora fuera del gueto protestante evangélico y que se
respira la revolución en el aire. El apunta a la obra de Behe como un punto de
inflexión en este proceso: «La caja negra de Darwin es simplemente una obra
extraordinaria que llegará a ser considerada como uno de los libros más
importantes jamás escritos acerca de la teoría darwinista. Nadie en el campo
evolucionista puede proponerse defender a Darwin sin hacer frente a los retos
que Behe ha presentado en su libro --en realidad es sumamente convincente.»
En lugar de ignorar a
Behe, como muchos trataron de hacer con Phillip Johnson, tanto los medios de
comunicación como la clase dirigente en el área científica están prestando
mucha atención al arrojado bioquímico de Lehigh.
El tratamiento otorgado
a Behe en el New York Times, «el
diario guía,» es una señal de este giro cultural. La primera noticia
significativa salió el 4 de agosto de 1996, cuando La caja negra de Darwin fue honrada con una
crítica en el New York Times Book Review. El
evolucionista James Shreeve expresó aprecio por la destreza de Behe para
explicar las maravillas naturales. Al final, Shreeve no estuvo de acuerdo con
la propuesta de diseño inteligente que hacía Behe, diciendo que no debemos
lanzarnos y decir «Dios lo hizo», sino más bien dejar algunos misterios para
que nuestros nietos los trabajen. Pero la crítica transmitió con claridad la
tesis de Behe:
El argumenta que el
origen de los procesos intracelulares que subyacen al fundamento de la vida no
puede ser explicado por la selección natural ni por cualquier otro mecanismo
basado puramente en el azar. Cuando se examina con las poderosas herramientas
de la biología moderna, pero sin sus modernos prejuicios, la vida a nivel
bioquímico puede ser producto ... únicamente del diseño inteligente. Viniendo
de un científico en ejercicio... esta propuesta está cerca de ser una herejía.
Aún más notable fue la
aparición del artículo del propio Behe, «Darwin Under the Microscope,» [Darwin
bajo el microscopio] en las paginas editoriales del New York Times(Oct. 29, 1996). Los pasos que llevaron a esto
empezaron a mediados de septiembre cuando un editor del Times sobresaltó a Behe
pidiéndole que considerara enviar un artículo explicando la tesis principal de
su libro.
Como respuesta, Behe
escribió inmediatamente un artículo, que se quedó durante un mes en un
escritorio editorial. Luego, el 25 de octubre, los titulares de primera página
todo el mundo informaban de la enigmática (y ampliamente malentendida)
declaración del Papa Juan Pablo II acerca de que la evolución es «más que una
hipótesis», sobre la base de «conocimientos nuevos», y que los científicos
deben sentirse libres de investigar, manteniendo en mente que el alma es una
creación directa de Dios.
Debido a que Behe es un
científico católico romano que enseña en el departamento de biología de una
importante universidad, tanto el Times como Behe percibieron una coincidencia.
En cuestión de un día había reescrito su artículo para relacionarlo con la
afirmación del papa.
En este artículo, Behe
explicaba que la afirmación del papa no era nada nuevo para él; como católico,
Behe aprendió que la evolución podía ser vista como la forma en que Dios había
creado.
Lo que había forzado a
Behe a cambiar de opinión acerca de la verdad del darwinismo y a proponer el
designio inteligente no era la religión, sino los descubrimientos científicos
en su propio campo. El papa hablaba de «diversas teorías» de la evolución,
observó Behe, explicando que la única teoría válida de evolución que él veía
surgiendo de la evidencia biológica hacía notar sin lugar a dudas las señales
del «designio inteligente».
Inevitablemente, muchos
científicos acusan a Behe de «un creacionismo recubierto de un fino barniz».
Esta estrategia la emplea el biólogo Jerry Coyne de la Universidad de Chicago,
cuya crítica de Behe fue publicada en septiembre en la prestigiosa publicación
británicaNature. Al tiempo que Coyne admite que «no hay duda de que los
caminos descritos por Behe son intimidadores por su complejidad y que su
evolución será difícil de desentrañar», pretende por otra parte que Behe no ha
ofrecido solución alguna: «La alternativa "científica" de Behe a la
evolución [es] un confuso e inverificable revoltijo de ideas contradictorias».
Dos veces en la crítica, la retórica de Coyne une a Behe a los «científicos
creacionistas» de San Diego a los que los evolucionistas profesionales tienden
a descartar. Coyne describe la obra de Behe como una «nueva y más sofisticada»
versión del creacionismo literal basado en Génesis.
De hecho, Behe ha
explicado con claridad sus diferencias con los creacionistas que mantienen una
edad reciente para la tierra. Por ejemplo, está dispuesto a aceptar el concepto
de Darwin de un ancestro común «como una hipótesis con la que se puede
trabajar». Incluso declara: «No soy un creacionista», definiendo la palabra en
un sentido restringido como incluyendo la creencia en una creación reciente de
seis días como se deriva de la lectura literal del Génesis.
Behe cree que Dios
resulta ser el Diseñador Inteligente a quien apuntan sus hallazgos bioquímicos,
pero hace hincapié en que la ciencia misma quizá no tenga la capacidad de
descubrir la identidad del diseñador, como tampoco los astrónomos pueden
determinar, a partir de sus mediciones, la identidad del que hizo que el
universo en expansión surgiera a la existencia de la nada. Behe ve la ciencia y
la religión como dos líneas de investigación que hacen contacto o que se
superponen en el área de los orígenes, pero ninguno de esos ámbitos humanos
puede usurpar las funciones del otro.
Así, la religión puede
ayudar a crear el espacio conceptual necesario para que el pensamiento de Behe
cambie, pero él remonta sus dudas acerca de Darwin a una serie de sacudidas
intelectuales o «bruscos despertares científicos» que recibió mientras
trabajaba en el área de los orígenes biológicos durante la década pasada. Su
pensamiento sufrió giros inesperados a través de interacciones con colegas en
el campo de la bioquímica, cuyo contagioso escepticismo acerca de Darwin lo
movió a emprender sus propias investigaciones, que a su vez condujeron a su
surgimiento como una figura destacada en el movimiento del designio.
Michael Behe creció en
Harrisburg, Pennsylvania, como uno de ocho hijos en una familia de clase media.
Su padre, tomando ventaja del Proyecto de Ley para los Veteranos, fue el
primero de su familia en ir a la universidad y se convirtió en el gerente de
una sucursal de la Household Finance Corporation.
Ya de niño, dice Mike
Behe, él era un «científico entusiasta». Se destacó como estudiante de
secundaria, graduándose en quinto lugar de una clase de dos cientos y siendo
elegido presidente de la clase del último año escolar. Recordando sus clases de
ciencias en la escuela secundaria católica, dice: «Me enseñaron que Dios hizo
las leyes del universo y que algunas de esas leyes conducían a procesos
evolutivos. Por tanto, Dios no es menos creador únicamente porque utilice las
leyes que ha puesto en movimiento.»
Para Behe, la evolución
nunca fue un tema contencioso hasta que llegó a la Universidad Drexel de
Filadelfia en los primeros años de la década de los setenta. Recuerda
vívidamente una extraña conversación con un compañero estudiante que usaba la
evolución como una «herramienta para luchar contra la religión». Behe arguyó
vigorosamente con este escéptico universitario a favor de la posición teísta en
la evolución; pero cuando se asentó el polvo de la batalla, ninguno había
convertido al otro. En 1974, Behe se graduó de Drexel con un título en química
y con una educación en los usos del darwinismo para propaganda en manos de los
ateos.
Para sus estudios
doctorales, Behe se trasladó al otro lado de la ciudad a la Universidad de
Pennsylvania. Allí estuvo durante cuatro años y, después de completar su
doctorado en bioquímica en 1978, consiguió un cargo en los Institutos
Nacionales de Sanidad en Bethesda, Maryland.
Uno de sus colegas en
el laboratorio de genética en los Institutos Nacionales de Sanidad era una
correligionaria católica bioquímica, Jo Ann Nichols. Eran raras las veces en
que su trabajo tenía que ver con la evolución pero Behe recuerda un día en que
el asunto salió a colación durante un momento de descanso, como un asunto para
especular entre ellos. La pregunta era ésta: «Si la primera vida sí surgió por
procesos naturales al azar en una sopa química, como están diciendo los libros
de texto, ¿cuáles son exactamente los sistemas mínimos precisos para la vida?»
Juntos fueron elaborando una lista mental de los requisitos mínimos: una
membrana funcional, un sistema para construir las unidades de DNA, un sistema
para controlar la copia del DNA, un sistema para el procesamiento de la
energía. Repentinamente, dejaron sus especulaciones, se miraron el uno al otro
y sonrieron, murmurando juntos, «Nooo --demasiados sistemas; no podría haber
sucedido al azar».
En 1982, Behe fue
contratado por el Queens College en la ciudad de Nueva York para enseñar
bioquímica. Él recuerda esos tres años en Queens como un punto destacado en su
vida, principalmente por lo que sucedió fuera del laboratorio y del aula. Fue
viviendo en Queens que conoció a su esposa Celeste, una atractiva y brillante
joven de cabello negro azabache, hija de una familia católica italiana. Después
de tres meses de cortejo, Michael le propuso el matrimonio, y se casaron al
verano siguiente.
Tres años después, no
deseando criar a su familia en un entorno urbano, buscó otros lugares. Cuando
se abrió una posición en Lehigh, en Bethlehem, a una hora al norte de
Filadelfia, presentó su solicitud, y se incorporó al claustro en 1985, y dos
años después recibió la cátedra.
Poco después que le
fuera otorgada la cátedra, experimentó su primera gran conmoción intelectual
respecto a la evolución cuando compró el polémico libro Evolution: A
Theory in Crisis [Evolución: Una teoría en crisis], del genetista
agnóstico Michael Denton.
Cuando Behe abrió el
libro, se vio atraído por la crítica científica radical de Denton que, aunque
está de acuerdo con que la «microevolución» es un hecho establecido que nadie
niega, presenta un desafío a la pretensión verdaderamente significativa del
darwinismo --que haya justificado la «macroevolución». Denton, que ahora
investiga genética humana en la Universidad de Ontago en Nueva Zelanda, y que
no es él mismo creacionista, define la macroevolución como el surgimiento de
nuevos órganos u organismos completos por procesos puramente naturalistas que
operan en pequeños incrementos. Tras haber evaluado la evidencia para la
macroevolución y habiéndola encontrado fallida, Denton concluye: «La teoría
darwinista de la evolución no es ni más ni menos que el gran mito cosmogónico
del Siglo Veinte.»
Leer el libro de Denton
fue un «llamamiento al despertar científico» para Behe. El efecto intelectual,
dice él, fue básicamente similar a un tratamiento de electroshock, convenciéndole que el poder creativo de la selección
natural era, en su mayor parte, un farol --una inferencia mayormente
injustificada que no estaba bien respaldada por la evidencia disponible. Pronto
se encontró repensando todo lo que le habían enseñado acerca de evolución,
especialmente en su propia especialidad de sistemas bioquímicos.
En 1989, el decano del
College of Arts and Sciences envió una comunicación en la que pedía a los
profesores que desarrollaran propuestas para nuevos cursos de seminario para
alumnos de primer curso que exploraran apasionantes temas en las fronteras del
conocimiento, para ayudar a los alumnos a desarrollar sus capacidades críticas
de pensamiento. Behe vio esto como una oportunidad dorada y presentó un
bosquejo de un curso denominado «Argumentos Populares sobre Evolución». Su
curso empleaba tres textos principales: además de la crítica de Denton,
requería que sus alumnos leyeran el clásico de Thomas Kuhn The Structure of
Scientific Revolutions [La estructura de las revoluciones científicas] y un
reciente éxito de librería, The Blind Watchmaker [El relojero ciego],
una defensa del darwinismo escrita por el biólogo de Oxford Richard Dawkings.
La propuesta de Behe
fue aceptada y ha estado enseñando el curso casi cada año desde 1989. Durante
el curso, el alinea, lado a lado, evidencia y argumentos tanto a favor como en
contra de la teoría convencional de la evolución. Su meta es enseñar de tal
forma que los estudiantes no sepan necesariamente cuál es su posición personal
acerca de la macroevolución.
Sin embargo, se siente
complacido por las respuestas de sus alumnos ante su examen de la evidencia.
«Encuentro muy gratificante,» dice Behe, «que muchos alumnos se me acercan al
final del curso cada año y me dicen: "Profe, gracias por un curso
magnífico; antes no tenía ni idea que había un argumento científico contra el
darwinismo".»
Durante este mismo
tiempo, en la Universidad de California en Berkley, Phillip Johnson estaba
puliendo su propia crítica del darwinismo. Originalmente presentada en un
coloquio de sus propios colegas catedráticos, Darwin on Trial [su título en
castellano es Proceso a Darwin] fue finalmente puesto en forma de libro en 1991.
Este estudio de cuatro años de Johnson de la base científica de la evolución
también había sido suscitado por la lectura del libro de Denton. Ahora, su
propio libro iba más allá de Denton, no limitándose solamente a la exposición
de la endeblez de la base científica para la macroevolución, sino haciendo
también observar el crucial papel que las presuposiciones filosóficas estaban
teniendo en la presentación y defensa del darwinismo.
En julio de 1991, Mike
Behe abrió una copia de la revista Science [Ciencia], publicada por laAmerican Association for
the Advancement of Science [Asociación Americana para el Avance de la Ciencia].
En la sección informativa, la revista se refería al libro Darwin on Trial[Proceso a Darwin] de manera semejante a la que
en un parte meteorológico se advierte sobre el avance de un huracán. De hecho,
la columna de noticias desechaba a Johnson como un abogado ignorante que
comprendía mal «cómo opera la ciencia» y advertía a los lectores que su libro
constituía un peligro para el pensamiento científico sano. Eugenie Scott,
directora del anticreacionista Centro Nacional para la Ciencia de la Educación,
se sentía inquieta por la potencial influencia de Johnson: «Espero que los
científicos hagan averiguaciones acerca de esto. Necesitan realmente saber que
[el libro] ha salido y que está confundiendo al público.»
Behe acababa de empezar
a leer Darwin on Trial [Proceso a Darwin]
y estaba furioso por lo que él califica de una actitud «profundamente
antiintelectual» hacia la obra de Johnson. Behe envió una ingeniosa y aguda
respuesta a Science, que ellos publicaron
en un número posterior. Su carta ha venido a ser un pequeño clásico en la
literatura de los escépticos del darwinismo e inmediatamente hizo que Behe se
atrajera la atención del movimiento del designio.
A finales de 1991, la
Fundación para el Pensamiento y la Ética, (Foundation for Thought and Ethics --
FTE), un grupo de expertos en Dallas, empezó a organizar un simposio alrededor
del nuevo libro de Johnson, que debía tener lugar en marzo de 1992. La idea era
invitar a cinco darwinistas y a cinco ponentes del designio inteligente para
debatir la tesis central deDarwin on Trial [Proceso a Darwin]
--es decir, que el darwinismo está basado fundamentalmente en una preferencia
filosófica, no en una inferencia científica. Behe aceptó la invitación de FTE
para unirse al grupo del designio inteligente, pero admite que entró al salón
de conferencias de la Universidad Metodista del Sur en Dallas con «un cierto
sobresalto». Dice Behe: «No sabía qué esperar; los darwinistas tampoco. Nunca
se había intentado nada como esto a un alto nivel académico.»
Por fin se
desvanecieron las aprensiones de Behe y de los demás, y, tres días después, los
once participantes dejaron Dallas diciendo que el simposio había sido uno de
los mejores a los que jamás hayan asistido en sus carreras académicas. «No hubo
conversiones en ninguno de los bandos,» recuerda Behe, «pero floreció un
genuino espíritu de camaradería y aceptación mutua entre nosotros. Fue uno de
los puntos culminantes de mi vida».
Los debates, publicados
bajo el título Darwinism: Science or Philosophy? [Darwinismo: ¿ciencia o
filosofía?], fueron aclamados como un hito científico en la reconocida revistaQuarterly
Review of Biology. El volumen contenía un debate entre Phillip Johnson y el
darwinista filósofo de la ciencia Michael Ruse, junto con los diez documentos
presentados en la conferencia. Cada documento iba seguido de una respuesta
publicada por uno de los participantes del otro bando de la discusión.
Muchos observadores
describieron el trabajo de Behe, acerca de la naturaleza aislada de las
familias de proteínas, como «un bombazo científico». Utilizando el análisis
estadístico y bioquímico, Behe propuso que la estructura informacional de las
proteínas apunta a un diseñador inteligente, del mismo modo que las letras de
un libro deben ser dispuestas en el orden correcto por un autor para producir
un texto coherente. Sin embargo, lo que muchos pueden recordar como el punto
culminante de Behe fue su centelleante respuesta a un impresionante documento
darwinista que trataba del sistema inmunológico. Las contribuciones corteses
pero de alto octanaje científico de Behe fueron un punto culminante del
simposio.
Un año después, el
cuadro de científicos de Johnson-Behe se reunió en Pajaro Dunes en la costa de
California. Allí, Behe presentó por primera vez los pensamientos seminales que
habían estado fraguándose en su mente durante un año --la idea de la maquinaria
molecular «irreduciblemente compleja».
Una vez Behe firmó el
contrato con la editorial Free Press, procedió a teclear el texto del libro en
su computadora. Behe tropezó con una sorpresa mayúscula durante las etapas
finales de su investigación, cuando empezó a revisar los libros de texto
universitarios y las publicaciones científicas: Con anterioridad no tenía ni
idea de cuántas explicaciones darwinistas para sistemas complejos aparecerían
en la literatura. Sospechaba que las explicaciones que se propusieran serían
pocas e infrecuentes, pero lo que encontró era más elocuente: una ausencia
total y sistemática de cualquier intento. Su emoción creció mes tras mes a
medida que su investigación confirmaba el silencio universal sobre esa
cuestión.
A finales de julio de 1996,
Mike Behe se sentó en su oficina, encendió su computadora y empezó a examinar
sus mensajes de correo electrónico. Había sido un mes emocionante: su libro
finalmente estaba saliendo de la imprenta. Estaba entusiasmado por lo bien que
había transcurrido su conferencia de prensa que había durado medio día en
Washington, D.C., ante docenas de intelectuales y representantes de los medios
de comunicación. Mientras estaba de vacaciones en la costa de Maryland con su
familia, recibió un paquete de correo exprés enviado por Free Press que
contenía una copia de su primogénito literario. Luego, unos cuantos días
después, le llegó la noticia de que aparecería una reseña en el New York TimesBook
Review. Esas noticias trajeron emoción mezclada con temor:
tenía deseos de celebrar pero se preguntaba si debía prepararse para un ataque.
Mientras Behe examinaba
su listado de correo electrónico, notó que había un mensaje de Phillip Johnson.
Cuando abrió el mensaje y lo desplegó, se sonrió ante su lenguaje lleno de
energía: «No te preocupes, Mike. Aunque el Times te aseste un golpe en
la reseña, habrá un terremoto cultural [en los Estados Unidos] el 4 de agosto
cuando lo publiquen.»
Unos cuantos días
después, Behe recibió una primera copia de la reseña y tecleó un informe por
correo electrónico que saltó en las pantallas de las computadoras de varias
docenas de colegas del movimiento del designio: «Buenas noticias --acabo de
recibir la crítica del New York Times. Nada mal. No está mal del todo. En una
escala de uno a diez (diez siendo un elogio extático, uno siendo un ataque
total), es un ocho.» Behe podía sentir ya los sismos distantes.
Cuando Behe da
conferencias, una de las primeras preguntas que le hacen es: «¿Qué dicen los
darwinistas de su libro?» El menciona dos o tres respuestas que se repiten.
Unos pocos simplemente lo etiquetan como «creacionista» y descartan sus
argumentos sin escucharlos cuidadosamente; pero esa no es la respuesta típica.
Casi todos los críticos han admitido que Behe tiene los hechos de su lado. El
bioquímico James Shapiro dijo que en realidad La caja negra de Darwin ha mitigado la
complejidad de los sistemas celulares, mientras que James Shreeve concedió que
« podría estar en lo correcto en que dado nuestro actual estado de
conocimiento, la buena y antigua evolución gradual darwinista no puede explicar
el origen del... transporte celular».
A pesar de eso, Shreeve
y otros dicen que simplemente el profesor de Lehigh se ha dado por vencido muy
pronto. Muchos añaden que la ciencia simplemente no puede aceptar conceptos no
científicos tales como el «designio inteligente». Behe considera esta objeción
como un intento flagrante, basado en prejuicios filosóficos, de imponer límites
a la ciencia.
Algunos críticos han
buscado refugio en las nuevas ideas con bases matemáticas de Stuart Kaufmann,
un profesor de la Universidad de Pennsylvania, que usa modelos computarizados
para simular lo que él llama «el ordenamiento espontáneo de la vida». Behe
critica las ideas de Kaufmann en su libro, haciendo ver que un reciente
artículo en Scientific Americandescribió
la obra de Kaufmann como una «ciencia exenta de datos». Behe enfatiza que los
modelos de Kaufmann nunca hacen referencia a datos químicos o biológicos reales
y que no han producido experimentos de laboratorio. Por lo tanto, concluye, las
ideas de Kaufmann no ofrecen esperanza como una ruta de escape para los
darwinistas.
Posteriores reacciones
de biólogos profesionales a La caja negra de Darwin han llegado en
abundancia, como observó Phillip Johnson: «Todas las críticas del libro de Behe
hasta el momento no presentan desafío alguno a la verdad de lo que dice. Sólo
reflejan lo infelices que se sienten los darwinistas al ver que la evidencia
científica y su filosofía materialista van en direcciones opuestas.»
Esta infelicidad fue
evidente en la reciente conferencia en la Universidad del Sur de Florida. El
profesor que enseña el curso de evolución a pregraduados objetó: «Se están
dando por vencidos muy rápido. La bioquímica está en su infancia. Estos
sistemas fueron descubiertos sólo hace 20 o 30 años. En los próximos años,
podríamos empezar a averiguar cómo evolucionaron todos estos sistemas. »
Behe respondió: «En
realidad, muchos de esos sistemas han sido plenamente entendidos desde hace 40
años o más, y no se ha publicado ni una explicación que ofrezca un escenario
plausible por medio del cual hayan podido evolucionar. Cualquier ciencia que
pretenda haber explicado algo, cuando de hecho no han publicado ninguna
explicación en absoluto, debería ser llamada a rendir cuentas.»
Michael Behe no quiere
en realidad ser más que un auditor biológico que inicia una inspección
largamente pendiente de los libros de cuentas del darwinismo. El mundo está
contemplando los resultados.